sábado, 26 de enero de 2013

2013-01-26 Algo nuestro en Marruecos II

En Sidi-Kauki, la idea vino a mi cabeza mientras paseábamos por una playita rocosa de fuerte oleaje y unos pocos surfistas locos. Un montón de ramas secas; todas el mismo color gris-blanquecino, todas con diferentes formas redondeadas y sugerentes. Me acordé de que en la tasca de Victor había visto algunas de ellas atadas de unas cuerdas, haciendo un poco de cortina.
Seguí sacando algunas fotos y mirando a las ramitas... ¡claro! ¡eso es lo que podíamos hacer allí! Recoger un montón de ramas y después atarlas, seguiríamos con la obra que había empezado Victor con las cortinas rústicas y originales.
Resultó que también encontramos trozos de cuerdas, así que teníamos toda la materia prima en nuestras manos. 
Nos acercamos al lugar, nos sentamos en el borde de la terraza mirando a la calle y al mar, y empezamos a atar las ramas para después colgarlas del techado de bambú. No pasarían cinco minutos para cuando se nos acercó el señor que trabaja para Victor, al parecer, para explicarnos cómo economizar con la cuerda. Cogió uno de los trozos de cuerda, y con sus dedos robustos, curtidos y ennegrecidos, separó con gran esmero y facilidad las diferentes hebras de la cuerda, para así obtener de cada trozo de cuerda, tres o cuatro trozos de cuerda. Dijo algo en bereber y nosotros le sonreímos para comunicarle que habíamos entendido, al  tiempo que agachábamos la cabeza para mostrarle nuestro agradecimiento. Le caímos bien, y no le pareció bien dejar que unos de fuera estuvieran trabajando allí... se unió a nosotros e intentamos charlar.
"Domage... domage..." decía él en su pobre francés, para hacernos entender que lamentaba no poder comunicarse. Seguimos un rato en silencio, cada cual con sus cuerdas y sus ramitas. Hasta que de nuevo me miró fijamente con sus ojos brillantes y juguetones, y me dijo algo en su idioma: "itri","etera", pasaron un buen rato de explicaciones y risas hasta que entendí lo que significaba, y se lo traduje a mi idioma: "izar", "izarrak". Se levantó y se marchó sin decir a dónde iba. Al de poco apareció con un libro en las manos. Era su libro de español, y me lo mostraba orgulloso. 
Seguimos un buen rato más, diseñando estrellas con las ramas e intercambiando palabras: señalábamos lo que queríamos decir, y después, cada uno se lo repetía en su idioma al otro hasta que este la pronunciara bien. 
Otro rato de lo más agradable, y otra ofrenda dejada Al Viento. 









Sidi Kauki, a cambio, me regaló algo, que la mano humana no habría alcanzado a hacer,
una concha gastada de tal manera que las formas que crea son naturalmente bellas. Ate la concha
a un collar que hice con algunos  trozos de cuerda que nos sobraron de la "cortina".



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