domingo, 13 de enero de 2013

2012-12-26

A las ocho pasadas el tren nos ha abierto sus puertas sobre el suelo de Marrakech. A pesar de ser temprano, las calles ya rebosaban de gentes, coches y caballos. Hemos preguntado a otro guiri si sabía cómo  llegar caminando hasta la medina, y nos lo ha explicado claramente. Teníamos unos tres kilómetros hasta allí, pero mucho tiempo por delante.
Cuando por fin hemos divisado el minaret La Koutoubia hemos sonreído por haberlo encontrado, habiendo cometido tan solo un traspiés. Después, hemos entrado en la famosa plaza, generalmente abarrotada pero insólitamente tranquila, Jamma el Fna. Le hemos preguntado a un chico de los puestos de extraordinario zumo de naranja dónde podríamos encontrar hoteles baratillos, y nos ha indicado afable el camino, levantando la mano hacia la dirección que debíamos tomar. 
Hemos cruzado una de tantas puertas que abren el camino hacia las calles estrechas y laberínticas. Todas ellas forman la medina de Marrakech. Sin lugar a duda estábamos en el gremio de la hostelería, pues a cada tres pasos había un cartel de hotel. Preguntado cada cual en los que encontraba a su lado de la calle hemos acabado en el hotel La Paix, por su precio y por lo bonito. Además, una señal preciosa nos ha guiado a la elección, ya que al abrir el recepcionista la puerta de la que sería nuestra habitación, un pajarillo ha salido volando por entre los barrotes de la ventana, por donde entraban frescos los primeros rayos del Sol. Soltar los bártulos, que por ser poco abultados no dejan de ser un incordio a la larga, y nos hemos ido a perder a la laberíntica medina. 
Como en todo laberinto la única dificultad no consiste en salir donde quieres, sino que en cada vuelta puede atacarte un "amigo" y hacerte que pierdas la cabeza si consigue arrastrarte a su zona. Y así nos pasó mientras pateábamos las callejuelas de la judería. Un señor muy amable nos invitó a tomar un té en su tienda, y terminamos sucumbiendo a su espasmosa insistencia, aceptando a regañadientes. 
Nos explicó el origen y la función de todos los productos que vendía en su herboristería (¡qué eran muy muchos!) y dejándonos olerlos, probarlos, mirarlos... Total, que nos vendió lo que en un principio no quisimos comprar. Pero bueno, nos contentamos en saber que esos productos no los podremos encontrar así como así cuando no estemos aquí. Comimos en una minitasca de ellos y corrimos hacia el hotel a dormir la siesta. Que aunque el viaje haya sido inesperadamente cómodo, el cuerpo notaba el cansancio. 







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