jueves, 20 de diciembre de 2012

2012-12-20

Para ser el último día antes del fin del mundo, hace un día de cajones. Por si acaso, aprovecho este día para estar a gusto, y planificar lo que tengo que hacer para que todo fluya. En verdad, tampoco es que haga nada que no haga el resto de los días, al fin y al cabo, aunque no se vaya a acabar el mundo mañana, no sé cuándo acabaré yo... que aunque tenga la sensación de que aquí tengo que hacer algo más, no tengo ni idea de cómo me vendrá la muerte. Esa gran desconocida y que tanto asusta. Llega a ser casi un tabú en la calle. 
Pues yo ya lo le temo, o bueno, sí, pero no de la misma manera... soy consciente de que esto lo aseguro cuando estoy sentadita en el sofá, mientras el sol que entra por la puerta del balcón, que está abierta de par en par, calienta a Hulk que está esparcido en la alfombra y este casi se mimetiza en el entorno. También soy consciente de que si estuviera colgada boca abajo desde un precipicio rocoso, a manos de un loco que me sujeta únicamente desde el tobillo izquierdo, la cosa cambiaría... pero bueno, aquí y ahora, me presento tranquila ante la dama de la muerte. Al fin y al cabo, si Dios es la unidad de todas las cosas existentes, existidas y por existir, la muerte también entra dentro... si nacemos morimos... a veces me siento tan lúcida que no entiendo que temamos morir. Me imagino que antes de nacer estamos también hechos un ovillo de temor... porque no sabemos a dónde venimos. Siempre pasa igual, hasta el cambio más pequeño que se avecina a nuestras vidas, nos duele de alguna manera... estamos demasiado apegados a todo lo que nos rodea y sobre todo a todo lo que creemos ser. 
Sin ir más lejos, antes de salirnos lo del yoga, el establecernos en algún sitio me echaba para atrás... ¿por qué? porque simplemente no tenía ni idea de lo bien que me iba a ir. Algunas veces me pierdo como cuando estoy de viaje, y otras me encuentro, y cada vez que lo hago, respiro y soy feliz. 


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